Thursday, May 05, 2005

Semilla de Dios Semilla de Edén: Preludio y Cap. 1

Semilla de Dios
Semilla de Edén
Una novela por David Caleb Acevedo


El Preludio del Primer Motor


Mohandas Karamchad, mejor conocido como Ghandi, se levantó sudando. Había llegado ya la hora. Su más ferviente enemigo se acercaba a las indias. Sólo quedaba un día de ruta para que el ejército alemán terrestre arribara a tierra punjabi. Pero su plan tenía que funcionar. Cada profeta en su casa, cada avatar en su casilla. Los dos hijos del bien y el mal tenían que enfrentarse tarde o temprano. Y Ghandi, descendiente de la luz, lo sabía tanto como Adolfo Hitler, hijo de la oscuridad. Así comenzaría la última batalla que tendría el mundo entre los dos grandes poderes, en este universo paralelo tan particular, la última batalla que decidiría la fe y el destino de muchos, la gran batalla que no sería ganada por ninguno de ellos, mas por la gente que nada tuvo que ver, los que sobrevivieron el horror, la numerosa gente pequeña que hace girar la rueda del mundo.











Capítulo uno


En esta época del año, la marea en Puerto Cádiz sube unos 37 metros hasta dejar en la orilla toda la basura que marineros y bañistas hayan depositado en el mar previamente. No es una buena época para ir a la playa, pensó la misteriosa mujer en voz alta. Sin embargo, allí estaba ella, soleándose desnuda, su musculoso cuerpo, pleno en juventud y fibra asimilando los rayos del sol como si fuera planta en proceso de fotosíntesis. Allí estaba la mujer, en su silla de playa, con solamente un sombrero de paja puesto, entre el sargazo y la basura enredada en él, buscando la paz interior en los rayos del sol, cuando de pronto atisbó a la orilla del mar. Las olas vomitaban algo reluciente, como una ostra expeliendo deliberadamente su preciada perla, mas el objeto era demasiado grande.

-¿Qué diablos será...? –se preguntó inocentemente, mas su mente financiera inmediatamente comenzó a hacer especulaciones en torno a algún nuevo ser espirituado o desvariado, que el mundo hubiera desertado, los actos de circo que podría desempeñar para su carnaval, y cuánto dinero ganarían ambos sacándole partido a la simbiosis.

Su curiosidad pudo más que ella, así que se levantó y corrió hasta la orilla de la playa, desnuda, su cuerpo de músculos en piedra moviéndose a la velocidad de una sombra proyectada por el candente sol de esta época en Puerto Cádiz. La mujer se acercó, pero el muchacho lo que vió fue un hombre desnudo, un hombre con partes pudendas femeninas, sin barba, y con cara de mujer. Justo entonces, el muchacho, que había sido devuelto por la marea, no pudo más y se desmayó. La misteriosa mujer lo tomó en sus brazos sin ningún esfuerzo. Parecía un niño de 14 años de edad. Era bien parecido, pero había algo en su rostro que la desconcertaba. Lo que ella había visto brillar en el mar no era él, aunque ciertamente el niño emanaba una tenue luz interior. Cuando la mujer lo levantó en sus fuertes y musculosos brazos, un pequeño candelabro roto de siete brazos reposaba ahogado entre los brazos del niño. El artefacto, que era de oro y plata a la misma vez, era muy similar al símbolo pintado en los camiones y las caravanas de su circo carnaval. Algo le dijo a BusinessWoman que debía ayudar a ese niño porque el mar no devuelve las cosas por mera casualidad.

Al día siguiente, Soleil Gras despertó de su agudo sueño gritando los nombres de sus padres.

-¡Mama! ¡Papa! ¡El agua está fría! ¡Le tengo miedo a los tiburones! ¡Mama! ¡Papa!

Pero sus gritos son ahogados por la tos, y luego, de nuevo, por el cansancio acumulado de siete años. Se despierta finalmente ese mismo día por la noche. Abre los ojos y lo primero que ve a su alrededor es una habitación amueblada con butacas tapizadas con terciopelo rojo, asimismo las cortinas y demás accesorios. El guardarropa y la coqueta eran de madera de cerezo rojo. La alfombra sobre el suelo hecho de tablas de madera era verde esmeralda. El cuarto estaba pintado de un blanco muy verdoso, o acaso esa era la ilusión que proyectaba la luz cuando chocaba con la alfombra verde. En la butaca de la esquina roncaba una mujer cuya piel era azul cobalto, que en vez de cabello tenía dos gigantescos tentáculos, endiademados con aros de oro. Sus labios eran del azul de las estrellas, más fuerte, siempre vivo, un azul del nocturno cielo terrestre que no morirá jamás, el cual contrastaba grandemente con el azul de su piel, un añil más agua. Sus ojos, no había forma de saber qué color eran. Pero en su chakra del entrecejo había un zafiro que parecía ser parte de su carne, más piel azul, pero más traslúcida, transparente y excelsa. La mujer roncaba suavemente, su boca entre abierta, el aire soplando entre minúsculos quejidos imperceptibles al oído, mas no al ojo. Soleil se da cuenta de que está desnudo.

Sin despertar a la mujer azul, se arropa en las sábanas y sale de la caravana. La noche lo sorprende con una bofetada de frío negro que se le queda pegada, haciéndolo temblar. Unos pasos hacia delante, se encuentra con una tienda de color malva muy gastado por el tiempo. Escucha los gritos de una muchedumbre que aparenta estar compuesta enteramente de hombres. Cuando se adentra en el espacio, ve a una gran turba de hombres maduros y degenerados pitándole y profiriendo groserías a un trío de jovencitos de diferentes edades que bailaban desnudos, mas que ayudados por la música de una pianista joven de cabello rojo, que aparentaba ser la madre de ellos. Su seño debe haberse fruncido, porque la mente de Soleil no le daba para comprender lo que veía. Los tres jóvenes se pasaban las manos por sus partes pudendas, apretando de vez en cuando una nalga, una gónada, un labio, acariciándose entre ellos. No podía ser que no fueran hermanos, pues parecían versiones de distintas edades de un mismo ser. Sus pieles blancas relucían ante el brillo de los ojos de los hombres que los miraban con ojos de boca abierta y lengua salivosa.

La pianista, al darse cuenta que Soleil estaba allí, algo perturbada, dejó de tocar. Los hombres inmediatamente se voltearon al ver su expresión de asombro. Soleil quedó más desnudo que nunca, con sólo una sábana menuda entre los hombres que eran lobos, en realidad, y su cuerpecito, que aún no había tenido oportunidad de ver e inspeccionar desde que despertó. Nunca en su vida, había tan consciente de su cuerpo, de su tamaño diminuto de niño frente al mundo, de su desnudez... Los tres muchachos desnudos, al ver la situación, se hicieron señas, tomando un plan de acción inmediato para salvarle el pellejo al niño. El más grande le dio un golpetazo al piano con la mano abierta, que trajo a su madre pelirroja de vuelta a la realidad, quien al darse cuenta de su estupidez, decidió tocar una copla-polka-trance-techno lo más rápida y fuerte que pudo encontrar en su repertorio. Los tres jóvenes gritaron, cantaron, aplaudieron con sus palmas, se besaron en la boca, comenzaron una semi orgía en el escenario, fingiendo fellatios, besos negros y penetraciones que jamás harían en la vida real entre sí, desviando así la atención de los hombres lobo hacia sí, dándole tiempo a Soleil para que escapara. El niñito lo hizo inmediatamente, haciendo nota en su mente de agradecerle a los muchachos lo que hicieron por él.

Al salir de la tienda se tropezó con ella. Un fantasma que parecía tener su edad, a pesar de que era obvio que la niña era un tanto mayor que él. El choque le produjo algo de taquicardia, aunque en aquel entonces la arritmia no tenía nombre y se le atribuía al mal de amores y la tristeza. Pero eso era la niña un fantasma vestido de arlequín, blanco y negro, con una máscara que le cubría sólo la mitad de su cara, facciones débiles cubiertas con maquillaje graso blanco y negro, su cabello completamente escondido, dándole apariencia de haberse afeitado la cabeza. La niña lo miró fija pero suavemente, una mirada inocente que mas probablemente observaba a través de él, que a su misma persona insignificante y desnuda... la mirada de la niña arlequín lo hizo darse cuenta de que sólo lo cubría una sábana de dormir. Soleil se sintió aún más avergonzado, y se cubrió lo mejor que pudo. Pero sintió el calor en sus orejas, aun cuando la risa inocente de la niña lo hizo sentir en el lugar preciso, en el momento necesario.
-Hola, me llamo Tsuki. Tsuki Mardi. ¿Y tú?
-Soleil Gras. Es un placer.
-¿Eres judío?
-Sí.
-No lo pareces, pero qué bueno. Siempre es bueno conocer nuevos pescados fríos...

El término caló hondo en los nervios de Soleil. Así llamaban los alemanes a los judíos, mayormente a las mujeres. De repente, su viso cambió totalmente y su expresión se volvió estupefacta.

-Lo lamento, es sólo que la guerra me pone muy nerviosa. Es todo lo que he visto desde que nací.

No es cierto... dijo una voz dentro de la cabecita del niño, que no pudo identificar de dónde provenía, lo cual le pareció extraño. La niña fantasma le estaba haciendo escuchar voces.

-Tsuki, ¿acaso sabes dónde han puesto mi ropa?
-Claro, la tiene Leia.
-¿Quién es ella?
-Leia Luccana. Acabas de salir de su caravana.
-¿La extraña mujer azul?
-Que no te escuche nunca decirle eso. Puedes ofenderla.
-Okay. Tsuki. Contéstame algo. Ni siquiera sé dónde estoy, ni qué hago aquí.
-Yo tampoco.
-¿Tú tampoco sabes qué hago aquí?
-Ve donde Leia. Pregúntale. Yo ni tengo idea de qué haces tú aquí, ni de qué hago yo, ni de quién verdaderamente soy.
-¡Claro que sí! ¡Eres Tsuki Mardi!
-Eso me dicen... ciao, cuídate mucho Soleil, -dijo la niña bailando como hacen los arlequines, mientras desaparecía como la espuma del mar en la resaca, o la niebla cuando sale el sol.

Soleil observó a su alrededor, pero sólo veía gente malhumorada con fuerte acento español, buscando entretenimiento en las tiendas y las caravanas. Soleil decidió buscar qué hacer en lo que decidía si quería hablar con la mujer azul. A su derecha se levantaba una tienda de telas verdes esmeraldas y rojas rubí. Un letrero alumbraba los predios inmediatos en claro inglés traducido al español:
Animal People!!! Freaks!! Two tickets!!
¡Gente animal! ¡Monstruos! ¡Dos boletos!
El niño se paró frente a Gómez, el boletero y alcahuete parado frente al mostrador de la tienda. Gómez lo observó por un momento, muy detenidamente, y finalmente le sonrió. Había algo en la cara del niño que todos comenzaban a reconocer. El hombre de los extraños bigotes de gato grises lo tomó de la mano y lo mandó pasar.

-La primera siempre es por la casa, Soleil.
-Gracias, Sr...?
-Gómez. ¡Que te diviertas!

Soleil sintió las ganas terribles de voltearse y preguntarle cómo sabía su nombre. Pero cuando lo hizo, el hombre ya no estaba allí, lo que dio a aparentar que Soleil había sido el último cliente. Volteando a ver nuevamente hacia el frente, un extraño pasillo de telas de distintos colores se abrió frente a los ojos de Soleil. Que extraño circo... pensó el niño mientras comenzaba a caminar. Con cada paso suyo un viento amorfo levantaba las cortinas, como si fuese la brisa inocente provocada por un niño, dejando ver monstruos extraños que le sonreían y hacían reverencia cuando lo veían llegar: un hombre tritón de nombre Córdova, según decía en un letrero frente a su cortina; una niña rusa nacida con caparazón y piel de tortuga, que tenía el poder de levitar mientras meditaba en las verdades de Stalin, llamada Irina por su madre, llamada Farminga por su padre, llamada Irina finalmente, porque en su casa quien mandaba era su madre; la mujer lobo de nombre Sarah, que probablemente era judía, según decía su letrero, probablemente, porque no había forma de ver la marca de David en su cuerpo, a causa de tanto pelaje; Oliphànt, el elefante hindú-budista sentado en posición de loto, con las patas delanteras haciendo el mantra de sa...-ta...-na...-ma...; Álfargand, un oso con espejuelos puestos que disertaba sobre las nuevas tendencias en la ciencia si se le arrojaba un salmón fresco del cubo que había frente a su cortina, según decía el letrero, pero Soleil no alcanzaba a salir de su asombro, no tanto como para comprometerse en una conversación, por más corta que fuera; y por último, una cortina negra que no se movía ni con la brisa que traía el niño, una cortina de terciopelo muy pesada, tal vez. No. Esa cortina se negaba a la inocencia. Había que tener agallas para abrirla. Eso decía el letrero. Cuando Soleil la abrió, una extraña criatura lo observó tranquilamente. No hacía falta que la cosa saliera a su encuentro bruscamente para provocarle a Soleil un terror desmedido que no conocía límites, gracias a la edad del niño. Con sólo estar allí, la criatura, que parecía una especie de ser híbrido entre un espantapájaros y un gólem, inspiraba el temor que sólo debía pertenecerle a Dios, pensó Soleil sin decir palabra. Soleil dirigió su mirada nuevamente al letrero. Las palabras habían cambiado. Ahora decía:
L’Épouvantail!
Beware of the scarecrow!!
Conjured to come directly from the pages of the Wizard of OZ!!!
Esta vez, no había traducción. Pero Soleil no la necesitaba. El niño le hizo un gesto de reverencia a la criatura y dejó que la cortina se cerrara. La salida de la tienda estaba ante sus ojos. Salió, todavía con la sábana siendo lo único que lo cubría. Los españoles lo observaban como si fuera una más de las atracciones del circo. Ruborizado, decidió continuar con su recorrido a través del circo. La curiosidad ante semejante mundo tan nuevo, tan mágico y extraño pudo más que su vergüenza. En una caseta justo frente a él, dos gordos blancos gemelos hacían algo que olía a chocolate. Sin embargo, el chocolate común y corriente no humeaba niebla blanca. No, que él supiera. Se acercó aprobar, pero los hermanos le salieron al paso formando una gran barricada entre el niño y el chocolate. Sus rostros enrojecieron, pero no de coraje.

-Este chocolate no es para niños... –dijo uno, el que decía llamarse Toybu Holopainen.
-¿Por qué no? –preguntó Soleil, muy interesado.
-Este chocolate es un don de los dioses... –comenzó a decir Toybu, cuando su hermano se acercó al oído del niño. –No le hagas caso. Cuando habla de chocolate se pone poético. Nuestra mezcla tiene opio. Podría ser peligroso para un niño de tu edad.

El hermano que le dijo esto se llamaba Sammy. Habían nacido pegados al cuerpo, mucho antes que los hermanos de Siam, por lo que debían tener más o menos 114 años de edad. Si se le preguntaba a alguno de ellos a qué le atribuían su longevidad, Toybu respondería que gracias a que todos los días comían chocolate de los dioses. Sammy diría que era todo cuestión de genética, una ciencia muy joven para el año en que se desarrolla esta historia.

El olor a líquido caliente marrón y dulce, golpeó los filtros de la nariz de Soleil. Su mente divagó por unos segundos hasta que estuvo dispuesta a irse en un viaje en asecho del dragón sin boleto de regreso. Cuando Sammy Holopainen se dio cuenta de ello, cerró la tapa del caldero de chocolate inmediatamente.

-¡Toybu! ¡Toybu, maldita sea! Trae agua, ¡coño!
-¿Qué ha pasado? –gritó el hermano.
-El niño está intoxicado. ¡Le has echado demasiado opio a la mezcla! ¡Puta madre! ¿Quieres matar a alguien?
-Pero, esto es chocolate poético de los dioses...
-¡Pero qué hostias contigo! ¡Busca agua fría!
-Ya voy, ya voy...

En su percepción alterada de la realidad, Soleil se despegó de su cuerpo y recorrió el resto del carnaval flotando por el aire. Debajo de sus astrales pies descalzos, una mujer china vestida de sedas orientales azules y turquesas. Doblaba papeles para los chicos en forma de origami japonés, les soplaba y los papeles doblados se volvían preciosas grullas que salían volando al instante, rozando las mejillas espirituales de Soleil. Cuando terminó, agarró su espada, un arma blanca de hacía casi cuatro siglos atrás, una reliquia del viejo Imperio Qu, y comenzó a hacer su demostración de Tai Chi Chuan, volando como las aves, o flagelando su espada al aire como una mantis religiosa. Había algo de bruja en ella. Tal vez sus ojos, los cuales su cabello no podía esconder, los excesivamente rasgados, casi como una línea, con algo de verde en ellos, que delataba una sabiduría y disciplina milenarias.

Un hombre le aplaudía, el mismo hombre que le aplaudiría cualquier cosa, aun si no estuviese haciendo nada. El hombre que fumaba de su pipa y por unas cuantas pesetas daba formas imposibles al humo que salía de su boca. Un nudo celta por aquí, una carabela naval por allá, el retrato de su madre en algún otro momento, todos eran formas de humo que Burg Ont hacía aparecer de su pipa. A veces las imágenes hablaban y daban mensajes importantes del más allá a los que sabían cuánto pagar. Pero Burg Ont tosía, y cuando lo hacía, escupía sangre. Manjo, la bruja admirada, se daba cuenta, y enseguida interrumpía lo que estuviera haciendo para buscar un pañuelo y hacer un poco de té de eucalipto y tamárix, dos árboles de estas regiones, cuyas hojas medicinales retrasaban el progreso de cualquier enfermedad respiratoria.

En una caravana cerca, lee un letrero que dice: Si entra jamás será igual. Una mujer, de nombre Accaria, tan vieja que las arrugas se hacían humo en su piel, tanto como su cabello cola de rata, que era de humo también, y sus ojos, de incienso. La bruja de humo, como todos la conocían, veía el futuro de la gente en una bola hecha de cristal soplado que se había cerrado con el humo del incienso todavía adentro, hacía 52 años atrás. Decían que Accaria se iba tornando cada año más etérea porque esa era su nueva forma de envejecer y morir, gracias a la bola de cristal.

Mientras, frente a la caravana, un viejo Indi yace sentado en un catre hecho de púas filosas. La gente lo observa anonadado, pero lo cierto es que lo que él hace mientras medita, es cosa fácil, cuestión de pura física. Tiene que ver con la alineación de las púas tan cercanas una a la otra, y el hecho de que a esa distancia la piel las resiste con facilidad. El hombre, a quien llamaban Zold, tocaba una flauta serenamente, mientras varias serpientes de distintas especies bailaban fuera de unos grandes canastos colocados frente a él. Las víboras eran las que bailaban mejor, gracias a sus dóciles gracias y sus tan frágiles y esbeltos cuerpos. Por último, ante un público más numeroso, tomó una soga de uno de los canastos, la ató al dedo gordo de su pie derecho y tocó la flauta. La soga comenzó a moverse como una víbora tímida al principio, pero luego se puso erecta, hasta levantarse erguida completa y apuntar como columna al cielo. Los españoles que veían el espectáculo gritaron felices de haber visto algo así en sus vidas. Soleil astral sonrió también.

En una gran carpa más adelante, un viejo obrador de milagros curaba a los enfermos que hacían fila. Lo hacía con la fe de la gente, que hilaba como telas imaginarias alrededor de los fieles, porque para él, la fe de la gente era algo tangible. Y por supuesto, los más que pagaban eran los mejor curados que salían de la carpa. A dos pasos se erguía una plataforma donde un alcahuete anunciaba el acto de Lorenzo, el hombre sin huesos que podía estirar todos los miembros de su cuerpo y torcerlos de cualquier forma naturalmente posible. Al otro lado del camino, una gitana italiana con guantes, entrenadora de animales, esperaba con su brazo estirado a que un halcón se posara en su brazo. Los zorros corrían escurriéndose entre sus delgadas piernas, así como las marmotas y las ardillas. Maribella Vervenna no le temía a ningún animal. Nerone y Galda, un perro y un gato que entrenaban para los actos de la gran carpa con los payasos, pero ella era quien les coreografiaba los actos.

Dos bailarines brasileros luchaban en su tan particular estilo de capoeira. La gente los observaba anonadados al ver cómo las patadas en círculo de cada uno formaban círculos concéntricos uno dentro del otro, sin un solo filamento de las telas de sus pantalones rozarse siquiera. Joao y Marco, hijos de inmigrantes mulatos, que fueron vendidos cuando adolescentes en el supuestamente extinto mercado de esclavos.

Soleil continuó volando por el camino hasta llegar a la gran carpa del carnaval. En pleno acto estaban Iago Montalve, el payaso malabarista, y Alex Ariakov, su mejor amigo, un niño calvo, vestido de payaso cuyo acto se trata de tragar cuchillos afilados. Mientras tanto, en una pequeña capilla, la gente hacía fila para escuchar la voz de un adolescente invisible, Harvey, un muchacho americano que en plena crisis hormonal se masturbó tanto que se olvidó de existir, volviéndose invisible.

Soleil pasó la capilla al final de la gran carpa, salió de esta, y se encontró con varios alcahuetes con estantes de peluches como premios por ganar sus representativos juegos, o con estantes para medir la fuerza golpeando un trampolín con una bala que hará un timbrazo en la timbal superior si el que la golpea es lo suficientemente fuerte o afortunado. Mas allá de los estantes, una casa se erguía sobre patas de gallina gigantes, o lo que parecía simularlas, una casa de heno, un bohío que según el letrero, albergaba a Ononoke, la princesa endemoniada, que ha estado preñada desde hace años y nadie sabe de qué.

Finalmente, Soleil aterriza su cuerpo astral frente a una caravana desolada, la última en el camino, que sólo puede ser vista por aquéllos que no la estén buscando, pues está un poco apartada del camino. Cuando Soleil fue a entrar, unos enanos trillizos se le aparecieron de frente. Uno tenía el cabello negro, el otro lo tenía rojo, y el último, blanco.

-A este lugar... –comenzó el primero.
-...no puedes entrar... –continuó el segundo.
-...de esta forma. –culminó el tercero.

Acto seguido, los trillizos se tomaron de las manos y sus ojos comenzaron en refulgir en una fiesta de luz psicótica roja, verde y negra, los tres colores a la misma vez, en un mismo tono, en una misma fuerza. La luz explotó en un rayo uniforme de sus seis ojos, violentando a Soleil de vuelta a su cuerpo, casi una milla atrás, en brazos de Sammy Holopainen, quien continuaba administrándole cataplasmas de agua fría e hierbas mentoláceas que seguramente lo trajeron de vuelta al mundo tangible.

-¿Dónde está Leia? –gritó Soleil tan pronto como despertó, barnizado con su propio sudor.
-Tranquilo. Debes calmarte.
-¡¿Dónde esta Leia?!
-Está bien, está bien, te llevaremos a ella.

Lo peor de un carnaval, pensó Sammy Holopainen, no sólo es las constantes mudanzas, sino también las ubicaciones distintas de las caravanas, las carpas y las tiendas, con cada nuevo lugar al que llegan como parte del circuito del circo. Toybu y él anduvieron con el niño casi una milla buscando la caravana de donde había salido originalmente el niño. Cuando por fin la encontraron, Leia estaba afuera, fumando un habano.

-Métanlo adentro, -suspiró la mujer extraterrestre antes de soplar el último bocado de humo de su habano, humo que salió en forma de platillo volador, tirar el porro a la yerba, y levantarse para ir a hacer su acto. –Soleil, necesito que me hagas un favor. No salgas todavía de la caravana. Hay mucho que tenemos que discutir, antes que decidas si te quedas con nosotros en el circo o no. Dame la oportunidad de que por lo menos hablemos. Pero no salgas. Piénsalo y nos vemos luego, cuando termine mi acto.

Los gemelos le sonrieron y se fueron detrás de Leia, cerrando la puerta de la caravana de la mujer azul tras de sí. Afuera las risas de los niños opacaban el vacío del niño. Soleil trataba de recordar, pero la última imagen en su mente era el barco, era él saltando al agua, era Hitler y la amenaza del Exodus, que era enviado de vuelta a Alemania por los británicos que lo habían interceptado de camino a Palestina, el barco lleno de judíos que trataban de exiliarse, el océano frío que por obra de Dios congela todo lo que toca... Su familia debió haber regresado a Auchwitz y probablemente sus padres y su hermana estaban ya muertos. La risa de los niños, los adultos tratando de controlarlos y complacerlos a la misma vez, y la alegría de que el circo visite Puerto Cádiz sólo una vez al año como parte del circuito... se juntaban las voces y las risas para conspirar en contra de la soledad que buscaba Soleil. No pudiendo concentrarse, meditó nuevamente en la habitación que lo envolvía delicadamente, sin asfixiarlo: las butacas tapizadas con terciopelo rojo, asimismo las cortinas y demás accesorios; el guardarropa y la coqueta de madera de cerezo rojo, la alfombra verde esmeralda sobre el suelo de tablas de madera; las paredes pintadas de un blanco muy verdoso, o acaso esa la ilusión proyectada por la luz cuando chocaba con la alfombra. Nada parecía nuevo, excepto la caja de puros, la cual examinó de cerca, una caja de madera de palma de dátiles, decorada al estilo art nouveau con plata y oro blanco, que no son lo mismo pues se distinguen en opacidad y verdor, cuya tapa por dentro tenía una nota en papel pegada con cola, que decía “Para que practiques lo que te enseñé, chula, B. O.” Sobre la mesa de noche, según pudo apreciar Soleil, había un álbum de fotos de gente que había reconocido en su pequeña travesía, y otros que no conocía, fotos en la más estricta sepia, algunos de los rostros desconocidos repitiéndose en terribles y espantosas fotos de gente muerta reclinada sobre bancos de madera o mecedores de mimbre, como era la costumbre de ciertos fotógrafos de la época. Los rostros con muertos ojos cerrados forzaron a Soleil a cerrar el álbum con apresurada mesura. Soleil decidió recostarse en la cama donde había dormido, a mirar el techo de la caravana sin sueño alguno, a contar los abominables minutos de sopor nocturno, esperando por el regreso del hada azul. Todavía su piel le parecía un enigma. Dirigió su mirada al tocador, pero no encontró nada que pareciera pintura para pieles. Tampoco encontró paquetes con escamas falsas.

A medida se adentró más la noche, las risas fueron muriendo, dando paso a órdenes de los capataces del carnaval, los que mandaban sobre los demás empleados que montaban y desmontaban las carpas, el coloso, las otras machinas, y ataban las caravanas a las camionetas importadas de Alemania.

-Bien, gente. ¡Vamos! ¡A echar polvo! –gritaba un hombre afuera. –¡Recojan todo que nos vamos!

Justo entonces, una Leia muy cansada y sudorosa entró por la puerta de la caravana.

-¿Te has aburrido esperándome?
-No mucho, -contestó Soleil muy honradamente.
-¡Pues qué bueno! Porque mira que yo sí. A veces este trabajo me harta, -suspiró mientras tomaba una toalla de su armario para secarse el sudor entre sus senos azules.
-¿Qué va a pasar ahora?
-Recogemos y nos vamos.
-¿Por qué?
-Porque BusinessWoman dice que ya es hora de irnos. Las cosas en España no están muy bien. Franco aliado con Hitler no es muy buena combinación. Especialmente para nosotros, que peor que gitanos, somos judíos.
-¿Una judía con piel azul?
-Bueno, chico, se es parte de donde se está, ¿no?
-Tengo una pregunta.
-Tienes muchas. Puedo verlo en ti. Cuando comencemos a movernos te contesto las que pueda. Dame un minuto.

La mujer extraterrestre abrió nuevamente la puerta de su caravana y se dirigió a alguien que Soleil no podía ver.

-¿Eh, Lord Byron? ¿Ya nos vamos? –gritó, a lo que el hombre contestó algo que sólo ella pudo escuchar. –Avísame para las turbinas.
-¿Las turbinas? –preguntó Soleil, algo sorprendido por el término. -¿Qué es eso?

La mujer extraterrestre le contestó sólo con una guiñada de ojo, y un atisbo de luz fosforescente de la gema a mitad de su frente. Volvió a mirar hacia fuera, a ambos lados, y cerró la puerta, para sentarse en el piso de su caravana. Sus ojos se cerraron frente a Soleil, abriéndose lo que al principio había parecido una gema, pero que era un tercer ojo entre ambas cejas. Inmediatamente, unos dibujos se iluminaron en el piso, arabescos sin sentido, pero con una lógica muy reverente y elocuente, letras que parecían escritas por una mano muy fina y de registro elevado, posiblemente divina, aunque no santa, porque la letra era perfección visual total, haciendo que dibujo y letra formaran palabras de luz que estremecieron la caravana.

Soleil miró por fuera de la ventana de la caravana. Lo que vio lo dejó perplejo: todas las demás caravanas seguían la suya, despegando de la tierra poco a poco, volando hasta alcanzar una cierta altura, para luego, en medio de la noche, huir de la España franquista hacia un nuevo destino dentro del circuito del circo, un destino que él no conocía, pero que seguramente borraría de su mente las tantas preguntas que se cocían dentro de su cuero, preguntas importantísimas que urgían respuesta, para las cuales los labios de la mujer azul permanecerían cerrados.

1 Comments:

Blogger Eugenio Martinez Rodriguez said...

Saludos
Su blog ha sido añadido al Directorio de Blogs puertorriqueños del wiki Wikeo.com.

www.wikeo.com

8:21 PM  

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